(Cuento)
Esa mañana calurosa de cualquier estación, con la ropa húmeda y pegada a mi cuerpo por causa del abundante sudor en aquella Pucallpa de casi 40 grados, llegué tarde al control de pasajeros del aeropuerto Abensur Rengifo para abordar mi vuelo de regreso a Tarapoto. Con la prisa y mis nervios quebrados, había olvidado mi boleto impreso en algún lugar del hotel. Le pedí disculpas a la counter y me expidió un nuevo boleto. Un escalofrío de temor me recorrió el cuerpo solo de pensar que no iba a poder salir de ese lugar por alguna razón. De pronto esa joven, la counter, me escrutó con cierto asombro y me dijo, “Qué pálido está usted, señor, le ofrezco un vaso con agua, si desea”. En otro lugar y en otra circunstancia, y sobre todo frente una joven y guapa señorita que se refería a mi decaído aspecto, me habría sonrojado tan crudamente como después de una insolación. Pero en ese momento, no me quedaba otro tono más que el de la palidez insana, casi como si un aura trasparente se hubiera apoderado de mí hasta el punto de notarse una hondura en mi pecho lleno de una oscuridad inabarcable. Intentando disimular mi incomodidad, me sobé la cara y utilizando mis dedos como peine me acomodé el cabello hacia atrás, tomé aire y le contesté sin dejar de mirarla a los ojos, “Agradezco tu preocupación chinita, anoche no pude conciliar el sueño, demasiado calor por aquí, a lo mejor solo necesito dormir un poco”. Cuando la dejé y volví los ojos hacia cualquier parte, un vértigo fatal se apoderó de mi cuerpo hasta hacerme trastabillar. Sentí un reflujo amargo de tabaco invadiéndome la boca y tuve ganas de vomitar pero me contuve. Disminuido por una sensación de fiebre interior, alcancé a sentarme en una de las bancas. Debían ser casi las 11 am y mis ojos veían ya el avance funeral de la noche. Por un momento pensé que jamás saldría de ese lugar sofocante, sentía que iba a morir. Alzando la vista, a través de los grandes ventanales, pude ver asustado cómo el cielo se oscurecía junto a un viento huracanado que doblaba los árboles más inmensos. Temía que se suspendiera el vuelo y olvidando por un momento mi terco agnosticismo, dudoso, ensayé veloz una plegaria cristiana rogando salir de allí lo más pronto posible. Un inquietante cántico de brujo malero comenzó a sonar en mi cabeza, casi como la tonada tribal que el maestro chamán cantó en la toma de ayahuasca de la noche anterior, pero más fuerte y penetrante. Entonces creí ver entre la gente una silueta oscura que se movía llenando de sombras los rincones a su paso. Nadie parecía percatarse del hecho, solamente yo. Era la sombra poderosa y horrenda de una bestia asesina que me había seguido hasta ahí. Había llegado para matarme.
Esa mañana calurosa de cualquier estación, con la ropa húmeda y pegada a mi cuerpo por causa del abundante sudor en aquella Pucallpa de casi 40 grados, llegué tarde al control de pasajeros del aeropuerto Abensur Rengifo para abordar mi vuelo de regreso a Tarapoto. Con la prisa y mis nervios quebrados, había olvidado mi boleto impreso en algún lugar del hotel. Le pedí disculpas a la counter y me expidió un nuevo boleto. Un escalofrío de temor me recorrió el cuerpo solo de pensar que no iba a poder salir de ese lugar por alguna razón. De pronto esa joven, la counter, me escrutó con cierto asombro y me dijo, “Qué pálido está usted, señor, le ofrezco un vaso con agua, si desea”. En otro lugar y en otra circunstancia, y sobre todo frente una joven y guapa señorita que se refería a mi decaído aspecto, me habría sonrojado tan crudamente como después de una insolación. Pero en ese momento, no me quedaba otro tono más que el de la palidez insana, casi como si un aura trasparente se hubiera apoderado de mí hasta el punto de notarse una hondura en mi pecho lleno de una oscuridad inabarcable. Intentando disimular mi incomodidad, me sobé la cara y utilizando mis dedos como peine me acomodé el cabello hacia atrás, tomé aire y le contesté sin dejar de mirarla a los ojos, “Agradezco tu preocupación chinita, anoche no pude conciliar el sueño, demasiado calor por aquí, a lo mejor solo necesito dormir un poco”. Cuando la dejé y volví los ojos hacia cualquier parte, un vértigo fatal se apoderó de mi cuerpo hasta hacerme trastabillar. Sentí un reflujo amargo de tabaco invadiéndome la boca y tuve ganas de vomitar pero me contuve. Disminuido por una sensación de fiebre interior, alcancé a sentarme en una de las bancas. Debían ser casi las 11 am y mis ojos veían ya el avance funeral de la noche. Por un momento pensé que jamás saldría de ese lugar sofocante, sentía que iba a morir. Alzando la vista, a través de los grandes ventanales, pude ver asustado cómo el cielo se oscurecía junto a un viento huracanado que doblaba los árboles más inmensos. Temía que se suspendiera el vuelo y olvidando por un momento mi terco agnosticismo, dudoso, ensayé veloz una plegaria cristiana rogando salir de allí lo más pronto posible. Un inquietante cántico de brujo malero comenzó a sonar en mi cabeza, casi como la tonada tribal que el maestro chamán cantó en la toma de ayahuasca de la noche anterior, pero más fuerte y penetrante. Entonces creí ver entre la gente una silueta oscura que se movía llenando de sombras los rincones a su paso. Nadie parecía percatarse del hecho, solamente yo. Era la sombra poderosa y horrenda de una bestia asesina que me había seguido hasta ahí. Había llegado para matarme.
Bebí
esa cosa amarga y aceitosa con la afiebrada idea de ver más allá de lo real.
“Volverás a nacer” y “La naturaleza te dará respuestas”, dijeron mis
acompañantes. Luego sobrevino una densa nube de humo de tabaco que me bloqueó
la visión, mezclado con humedad, con aromas insondables y salvajes, y el canto
continuo del chamán. Aquel era un canto lisérgico provisto de un espíritu
desconocido, en cada nota de su ritmo, en cada golpe de percusión, en la
estridencia hechicera de sus sonidos. Era adentrarse como cayendo en otro plano
de la realidad, de otra dimensión, mientras ese canto me hacía ver y sentir mis
manos revestidas con piel de lagartija. Súbitamente, todo parecía moverse a la
vez que, de entre los efluvios oleaginosos de la mareación, aparecían siluetas
que parecían ser seres subhumanos, manos sucias que tremulosas me tocaban la
cara, los hombros y el vientre. Matorrales y hojas parecían tomar vida y se
desprendían de cuajo, avanzaban reptando hasta mi cuerpo y penetraban en mí
abriéndome por las venas. Había entrado en éxtasis. Luceros como ojos
encarnizados brillaban refractados tras la savia acuosa del universo aquel, con
aspecto de sueño pero tan real al mismo tiempo. Fue allí, entre las raíces
vivas, cuando por primera vez vi el rostro ruin del malvado y nunca olvidaré que
impostó un aspecto humano para tratar de engañarme. Puso palabras en su boca,
habló en lenguas e intentó llevarse mi alma y devorarse corazón. Pero no pudo
ocultar su verdadero rostro por mucho tiempo, pues una colosal cabeza de bestia
felina asomó de entre la bruma, abrió su inmensa boca provista de colmillos
afilados y sus ojos llenos de fuego estuvieron cerca de quemar los míos.
Entonces quise salir de allí pero no sabía cómo operar mi voluntad en ese plano
astral desconocido. Fue entonces que me arrodillé y rasgué el piso con mis desgastadas
uñas, cogí un puñado de tierra colorada y la arrojé contra los ojos abiertos de
la fiera. Un rugido de dolor hizo arder todo a nuestro alrededor. Todo comenzó
a quemarse. Una mano humana apareció de la nada y me jaló como rescatándome. Vi
el rostro del chaman que me dio el brebaje, pero esta vez tenía la cara de un
ser del inframundo. -De haber no llegado a tiempo-, me dijo el chamán en
insondable dialecto, - el Yanapuma te hubiera devorado vivo-.
Hesitando, en la sala de
embarque, ansioso esperé la hora de llegada del avión que por fin me sacaría de
allí. Los segundos se hicieron pesados, los minutos no avanzaban. Se oyó un
perifoneo y la voz femenina que decía que había retraso por mal tiempo. Intenté
de nuevo mis plegarias, en desorden y con los ojos cerrados. Pedí perdón por
mis pecados, prometí no volver a ser parte de rituales paganos y afirmé con
decisión no buscar otra vez respuestas en la tierra de los muertos. Pronto el
cielo recuperó su limpidez y el sol quemó con todo. Luego informaron que el
avión proveniente de la ciudad de Lima estaba ya por aterrizar. Me puse en la
fila. Llegó mi turno y fui verificado en la lista, pero extrañamente mi nombre
no se registraba. Comenzaron a revisar papeles y pantallas y otra vez mis
latidos se aceleraron, mi rostro desencajado y mis manos se volvieron a empapar
de sudor. Pronto volvieron de la revisión y me informaron que ahora sí podía tomar
el vuelo, que se superó el error. Reconfortado, cogí mi maletín y caminé hasta
la escalera del avión. Giré la cabeza para ver el cielo sobre la ciudad y ya no
vi esas sombras amenazantes, mucho menos los ojos candentes de la bestia. –Me
voy y no vuelvo nunca más- Pensé y abrazando una sensación de sosiego ingresé
al avión encendido. En mi boleto pude leer; Itinerario: de Pucallpa a Tarapoto,
Hora de vuelo: 11:30, Asiento: Pasillo-E17. Ocupé mi lugar y no demoró la
aeromoza en impartir alegremente las instrucciones para un vuelo seguro y
placentero. Yo ya había cerrado mis ojos, ni siquiera la escuchaba. Caí
profundamente dormido.
_ . _
“Atención
señores pasajeros, el vuelo 188 de aerolíneas Selva ha aterrizado en la cálida
ciudad de Pucallpa. Revise su equipaje de mano y tenga cuidado al salir. Que su
estadía sea placentera, muchas gracias”
Hundido aún en mi sueño, mal
atendí a esas palabras finales. ¡No puede ser! ¡Será una pesadilla!. Abrí los
ojos con terror y salí corriendo hacia la puerta del avión para poder saber si
era cierto. La misma tierra roja que antes había tocado me manchaba los zapatos,
el calor era intenso y sobre la ciudad caía la noche. Una sombra con lomo de
bestia esbelta oscureció todos los parajes hasta sus límites.
Nadie ha de creer entonces,
que hasta hoy mi alma ha resistido, sin haber podido salir del mal sueño, de
estar hace mucho tiempo escapando en círculos, huyendo de los gritos y cantos
desesperados de los chamanes maleros, y ocultándome del asedio permanente –sin
importar dónde vaya- de aquel yanapuma maldito.
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