martes, 14 de noviembre de 2017

SACRIFICIO FINAL


(Cuento ganador II Juegos Florales Sitramip - San Martín)

En el mismo día de su cumpleaños número cincuenta y dos, Justo Vidal salió en libertad condicional de la penitenciaría de San Cristóbal después de 6 largos años de purgar condena por asalto y robo agravado, episodio fatal donde un tercero falleció a causa una bala perdida.
Su esposa y sus hijos lo esperaban en el portón mismo del viejo penal para acompañarlo de regreso a casa. Frente al portón metálico, por unos instantes Justo dirigió su mirada fija hacia su mujer, Laura, para luego desviarla y perderla en el suelo. Se sentía feliz de tener a su familia junta otra vez, pero tenía dificultades en expresar sus emociones, cierta vergüenza lo acongojaba hasta el punto de hacerlo permanecer callado la mayor parte de tiempo. Solamente palabras cortas: “Hola”, “cómo estás”, “vamos a casa”. Fueron sin embargo las niñas quiénes porfiaron en el abrazo efusivo y el beso reconciliador. El menor de cinco años, que llevaba un gorrito que le cubría la cabeza y para quien el rostro mal rasurado de su padre, no le inspiraba nada de confianza, se quedó inmóvil y en silencio, Y fue entonces que Laura rompió el hielo, poniéndose al lado de Justo y tomándolo del brazo se dirigió a sus tres hijos, les pidió a todos que se acercaran a su padre y que juntos se dieran un gran abrazo. Así ocurrió y desde ese momento la tensión y ansiedad disminuyeron. Justo cogió su maletín, y con su familia que lo seguía detrás, avanzó hacia la avenida para buscar un mototaxi.
(Se fue de casa en la madrugada, castigando injustamente a su pobre mujer, que esperaba al varoncito. Le asestó un violento puñetazo en el rostro que casi le hunde un ojo. Quedó maltrecho, como llorando para siempre. No le importó un carajo dejar abandonados a sus pequeños hijos, a su mujer nerviosa y en cinta. Nunca pagó una póliza de seguros, nunca adquirió un pingue lote de tierra para dejar herencia. Le quitó a su mujer sollozante la plata de la venta de una finca abandonada de tierra fértil, que Justo, holgazán, apostador de poca monta, chupacaña y mujeriego, nunca supo cómo cultivar. Ni siquiera un sol pagó de las deudas que contrajo, jugando dados y apostando a los gallos finos. Les dejó solamente el indigno quehacer de pedir fiado en la bodega de Pedro, el vecino del frente, y que un triste día no les quiso dar ni una lechuga más, pues hace mucho que no pagaban. Laura, en muchas ocasiones, tuvo que sobrevivir de la caridad de familiares y vecinos igual de humildes o más desgraciados que ella)
Llegaron a casa poco antes del mediodía, justo cuando algunos vecinos del sector Cococho permanecían en las puertas y ventanas de sus casas, a fin de observarlos con curiosidad y murmurar entre ellos. Atendiendo a la normalidad cotidiana de ese hecho y con ganas de zanjar el asunto, Justo salió un momento de la casa y se quedó de pie mirando intimidantemente a todos los fisgones a través de la calle, hasta que estos, uno tras otro, fueron desapareciendo tras sus puertas y cortinas. Al volver a entrar en su casa, encontró a Laura sentada en el viejo sillón de la sala sosteniendo un folder con lo que parecían ser documentos. Justo caminó hacia ella, y se sentó a su lado.
- Necesito mostrarte algo muy importante. Ahora que ya estás libre, tienes que hacer algo. - Le dijo Laura con voz de calmada angustia, mientras abría el folder y le mostraba algunas citas médicas, recortes de revistas de salud, constancias de atención del SIS, resultados de análisis clínicos, recetas médicas y un sinnúmero de boletas de venta por compras de medicinas.
-¿Estás en enferma Laura?, dime.- interrogó Justo con expresión nerviosa.
-No, a mí no me importaría estar enferma, honestamente- a respondió Laura. – El que está enfermo es Justito – y al decir eso comenzó a llorar.
-Pero qué tiene Justito, ¿es grave? dime! –
-En el Minsa me han dicho ya hace un año que Justito… que Justito tiene esa enfermedad grave de la sangre, como un cáncer, Leucemia dice el doctor. Hay cosas que podemos hacer, tratamientos que he estado averiguando, pero todo es caro y no tenemos plata – Explicó Laura con dificultad a causa de su llanto.
Justo se quedó allí sentado descorazonado mirando esos papeles. Incluso allí no se atrevió a llorar, pero vaya que su tristeza era grande, tan grande que le dolía el corazón.
-¡Por qué no me lo dijiste antes!-
- No quería preocuparte. Además, es difícil encargarte de cosas cuando estas preso-.
Justo no dijo nada, sentía que no podía decir nada y se quedó en silencio por unos minutos. Guardó los papeles en el folder y se lo devolvió a Laura. – Voy a salir un rato, no voy a demorar – Dijo poniéndose de pie y acercándose a la puerta.
-A dónde vas a ir, Justo – le preguntó ella con tono aprehensivo.
-A ninguna parte en especial. – respondió Justo, abrió la puerta y salió a la calle.
La experiencia del encierro operó algunos cambios en Justo. Desde un inicio mostró predisposición para rehabilitarse, así que a la par de su buen comportamiento, asistió a cuanto taller o charla educativas o de capacitación se organizaba en el penal. Observando y con cierta práctica aprendió algunos oficios, zapatería, carpintería, macramé, y por primera vez en su vida pudo terminar de leer un libro. Su esposa solamente lo visitaba en fechas como la Navidad, el día del padre o en su cumpleaños, después de eso, Justo estaba solo mientras otros presos recibían visitas semana tras semana. Él sabía que la última y cobarde agresión hacia su esposa fue un agravante para que, sumado al delito principal de robo agravado, le dieran varios años de condena, pese a no tener antecedentes ni denuncias. Pero ahora había recuperado su libertad y tenía que hacer las cosas bien, más aún ahora que el último de sus hijos está muy enfermo.
Cruzó el perímetro de la plazuela de su barrio y entró en la vieja cantina de la esquina. Se acercó al dependiente y lo saludó. – Una gaseosa helada, por favor - Solicitó Justo, al tiempo que extendía unas monedas sobre el mostrador. – En seguida, señor – Contestó el dependiente.
Permanecía pensativo bebiendo su gaseosa, cuando en eso entró en el bar un hombre canoso conocido en el barrio como Perico Vargas, un personaje con la reputación se ser peligroso pues tenía antecedentes por varios crímenes. Justo lo conocía muy bien y tenía malos recuerdos de él. No lo veía desde la noche que lo capturaron, horas después de haber participado en el atraco a un grifo; del que, por supuesto, Perico y otros más salieron libres y al único que pescaron fue precisamente al tonto de Justo.
- ¡Mi estimado Justo!, así que ya estás de vuelta; mucho gusto me da verte-. Se acercó hacia Justo y le estrecho la mano amagando un tibio abrazo.
-Así es Perico, estoy de vuelta en casa y estoy buscando trabajo-.
-Bien, tengo un negocio que te puede interesar, vamos más al fondo para poder conversar, además te debo una, jamás nos delataste – habló perico bajando la voz.
-No es necesario, no quiero hacer nada malo. Si quieres ayudarme, necesito un trabajo formal, mi familia está en problemas.
-Te entiendo hermano, la familia es lo más importante, pero por aquí no hay mucho trabajo formal que digamos, así que, tú decides.
-No pasa nada Perico, gracias, pero no, mañana mismo iré a buscar trabajo en alguna otra parte.
-Como quieras Justo, pero si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme. Nomás le dices al del bar que me timbre al celular.
Perico Vargas abandonó la cantina y Justo quedó pensativo, y lo único que le importaba en ese momento era su familia, su esposa afligida y angustiada y sus pobres niños. Sufría mucho pensando que podría perderlos otra vez.
Con un dinero conseguido con la venta de sus trabajos manuales, Justo compró un par de cuartos de pollo a la brasa y cerca de las nueve de la noche regresó a su casa. Sin llave tuvo que tocar la puerta. Justito que estaba aún despierto le abrió. Justo lo observó sonriendo, con esa gorrita que le cubría su cabecita. Le acarició el rostro y le dijo:
-Avísale a tu mamá y a tus hermanitas, hoy vamos a comer pollito con papas-.
Después de la cena, los niños se fueron a la cama y en minutos se quedaron dormidos. A Laura, muy cansada, se le cerraron los ojos sentada en el viejo sillón.
Justo se dirigió en silencio a la pequeña habitación en que dormían los niños, división hecha con triplay y cartones. Observó las paredes deterioradas, varias rendijas en el techo por las que se colaba el frío, notó que no había ventilación adecuada, la cama en la que dormían las niñas era muy pequeña. En un año las niñas estarían más grandes y la cama les quedaría incómoda. Cómo iban a estudiar así, se preguntaba Justo, maldiciendo. Pero no pudo contener por fin unas cuantas lágrimas al acercarse a donde dormía Justito, con un leve silbido en su respiración y su cabecita sin cabello, ese niño a quien poco conocía, pero finalmente alguien a quien necesitaba demasiado.
-Mañana debo llevarlo al hospital para un chequeo, pronto debemos llevarlo a Lima para que le hagan de nuevo la quimioterapia. Esta noche me desvelaré cosiendo unos uniformes para que mañana me paguen. Será mejor que descanses para que mañana salgas a buscar trabajo- Fueron las palabras susurrantes y definitivas de Laura que despertándose se acercó a la pieza.
Justo no dijo nada y recostando medio cuerpo sobre una pequeña área libre de la cama de Justito, se quedó allí, junto con él; pues estar con ellos era todo lo que Justo quería.
(…Salgo a buscar trabajo por las calles del centro, pregunto en el mercado de abastos, en los almacenes de café, en los restaurantes… todos me dicen que por ahora no contratan a nadie, que están llenos. Ingreso a la ferretería de mi viejo amigo Miguel Alva, pero él me dice que por ahora no necesita ayudantes. Deambulo por los parques y le pregunto al vendedor callejero de periódicos si acaso podría yo vender periódicos también, me mira mal, con desconfianza, cree que le quitaré clientes. No pasa mucho en que me doy cuenta que mi edad es un problema… mira que ya tengo 52 años. Me voy hacia la municipalidad y antes de llegar observo a algunos jóvenes tatuados y extravagantes, hacer malabares en las esquinas para ganarse unas monedas… estoy viejo ya para eso, me digo. En la municipalidad pregunto si hay manera de buscar trabajo, o de que me ayuden a buscarlo, el vigilante me instruye a duras penas… regresa otro rato maestro, los funcionarios están muy ocupados, es época de campaña política, tú sabes, pero yo te aconsejo que busques en otro lado. Masticando mi frustración continúo dando vueltas por la ciudad. Alguna esperanza tengo. Camino como un zombie por las calles llenas de tiendas pequeñas y negocios inmensos, esperando leer algún anuncio o solicitud de empleado…. Camino y camino, pregunto y pregunto, hasta que por fin en una gran tienda de abarrotes donde necesitaban un acomodador, una señora bondadosa me permite ingresar para ganarme honradamente algunos soles y poder ayudar a mi familia. De pronto, un sujeto también avejentado como yo, se me acercó y sin que lo pudiera evitar, levantó con fuerza la manga de mi camisa y pudo observar un tatuaje que llevaba oculto, un tatuaje que solo se hacen los que han purgado prisión. No pasó mucho tiempo y la misma señora que me había dado el empleo, me solicitó que me fuera sin dar explicación. Solo me dio 20 soles. Fregado por esa injusticia, de nuevo me lancé a la calle, pensaba en mi mujer, imaginaba la necesidad de mis hijos. Luego se hizo tarde, el día se apagó, sentía mucha hambre, un dolor me comenzó en el bajo vientre y fue cuando volví a sentir una luz helada directo en mi rostro, que se colaba por alguna rendija en el techo….)
Se quedó dormido allí mismo, casi sentado, y despertó con el ruido de las niñas que se preparaban para ir a la escuela. Justito todavía dormía profundo por la pesadez de los medicamentos. Ese sueño extraño que tuvo lo hizo sudar y lo había dejado intranquilo, pensativo, las cosas no podían ser tan malas, pero, ¿y si lo fueran?, ¿y si todo te complicaba?. Luego de un desayuno, las niñas partieron y Laura llevó a Justito hacia el hospital del Minsa para coordinar su próximo viaje a Lima, esta vez iba a tener que quedarse por un tiempo prolongado, pues es recomendable el reposo después de una agresiva quimioterapia.
Justo estaba decidido a hacer algo definitivo a solucionar el problema, ese sueño lo había afectado demasiado. Caminó unas cuadras, cruzó algunas calles y se dirigió a la cantina, donde había estado un día antes conversando con el tal Perico. Al ingresar al lugar se acercó al dependiente y le solicitó casi rogándole, que llamara al celular de Perico Vargas.
-Aló, Perico…esté, te llamo para decirte que acepto tu ayuda, pero tiene que resultar, es la última chance que tengo para ayudar a mi familia-.
-Excelente Justo, ya sabes donde tienes que ir. Anda de noche y no dejes que nadie te siga-. Y cortó la llamada.
Una semana después, en una mañana lluviosa en plena carretera de salida hacia Bellavista, aprovechando la lenta dinámica de una estación de peaje donde todos los vehículos bajan su velocidad, seis sujetos fuertemente armados y cubiertos con pasamontañas atacaron un camión de caudales de la empresa Pesegur. Para suerte de los hampones, luego de algunos minutos de tensión y balas, los agentes de seguridad de camión de caudales arrojaron sus armas y se rindieron completamente. Fue así que los asaltantes cogieron varias valijas con dinero donde se contaba por millones. Atando fuertemente a los agentes, provistos de motocicletas los encapuchados se dieron a la fuga a toda velocidad por los senderos en dirección del rio Mayo.
Ese día, Justo llegó a su casa en horas de la tarde. Nervioso como estaba se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso con agua. Miró por la ventana hacia la calle y esta vez la percibía extrañamente calmada y desierta. En eso escuchó que se abría la puerta. Era Laura que regresaba de limpiar la casa de un doctor. Justo se acercó a ella y le preguntó:
-Mujer, ¿dónde están los niños?
-Las niñas en la casa de mi mamá, en un rato las voy recoger… y Justito, tú sabes, se debe quedar en el hospital para prepararlo para el viaje-. Le contestó Laura, advirtiendo una expresión de nerviosismo extremo en el rostro su marido.
-¿Qué te pasa Justo?,¿estás bien?, ¿por qué estas tan pálido?
Justo se acercó a la ventana, observó la calle a través de ella y fue allí que comenzó a llorar.
-Me dijiste que hiciera algo y todo es tan difícil allá afuera. Me he pasado toda la semana buscando un trabajo honrado, caminando, rogando, humillándome frente a mucha gente… y todo para qué, para ser rechazado incluso por las mismas personas que una vez fueron amigos míos. Ya estoy muy viejo, hay cosas que ya no puedo hacer. No es suficiente solo estar aquí, como un estorbo, solo como compañía moral… bah!.. Perdóname Laurita, nunca te pedí perdón por golpearte, lo siento, por ti y por nuestros hijos, nunca más te volveré a lastimar, nunca.
-¿De qué hablas Justo?, ¡qué has hecho por el amor de Dios! … en la calle la gente está hablando que han asaltado un camión de caudales y se han llevado millones, varios, no se cuántos. No me digas que… ¡No!, no es posible…te dije que hicieras algo como buscar un empleo normal, no algo como esto, ¿Por qué Justo, por qué? -. Le reclamaba Laura a su marido con la voz entrecortada.
-No llores mujer, no llores… cuando llegue la policía, si es que llega, me entregaré pacíficamente, tú no les dirás nada… si me llevan tú y los niños seguirán como hasta ahora… vas a estar mejor, todo cambiará para ustedes de ahora en adelante, pero deberás tener paciencia, mucha paciencia… ya estoy viejo, es lo único que puedo hacer por ustedes.
Laura seguía llorando sin poder creer lo que estaba escuchando.
- Escucha con claridad lo que te voy a decir Laura, esperas unos días y vas donde el dependiente de la cantina de siempre, él tiene algo para ti, ya está arreglado. Y otra cosa aún más importante que no debes olvidar: sector Santa Anita, media hora exacta de camino por el sendero principal hasta una inmensa roca triangular… una vez allí giras sobre tus pasos hacia la izquierda y, aunque no hay sendero visible, hay una hilera de renacos jóvenes que van de subida hasta al cerro. Solo cuando llegues al penúltimo de ellos, justo en su falda, está enterrado un destino para ustedes que será mucho mejor… ya no llores y escúchame… solo cuando todo regrese a la normalidad y nadie pregunte demás… ya dependerá de ti… ya no llores más mujer, ya no llores.
Las camionetas de la policía no tardaron en rodear el barrio y la casa de Justo. No puso resistencia y subió esposado a uno de ellos y se lo llevaron. Mientras eso ocurría, se quedaban agentes anti robos para interrogar a Laura.
Justo tuvo que admitir que frente a sus captores que, mientras gozaba de su semilibertad, por necesidad se vio obligado a colaborar con ese atraco, tan solo consiguiendo algunas motocicletas y pasamontañas, pero que no se benefició de ningún dinero ya que los otros asaltantes huyeron llevándose los millones y a él, quizá por viejo y lento, lo dejaron atrás; igual a como ocurrió la otra vez. Cuando le preguntaron sobre sus cómplices, Justo guardó silencio sepulcral. Por ese delito, o suma de delitos, a Justo le dieron más de 15 años prisión.
La cruel leucemia se llevó a Justito seis meses después de ese hecho. Su desahucio estaba anunciado y ni todo el dinero del mundo le hubiera salvado la vida. Eso Laura lo sabía bien. Por fortuna, el dependiente de la cantina cumplió con ofrecerle a Laura un trabajo de limpieza en el local, por el cual la pagaba un dinero que ya estaba pactado, eso le permitió a Laura cuidar mejor de sus hijas y atender en sus últimos momentos al pequeño e inocente Justito. Unos días después de enterrarlo, verificando Laura que ya nadie preguntaba por el atraco de hace medio año, se dirigió hacia el sector que Justo le había dicho que no olvidara, solo para verificar el lugar. Así llegó hacia el sendero de Santa Anita y caminó hasta la piedra triangular. Vio la hilera de renacos, pero esta vez no fue más allá. Ignorando todavía lo que iba a encontrar, decidió no continuar y lo dejó para otro día.
A los dos años de volver a la cárcel, Justo leía un libro en un momento de descanso de un fin de semana cualquiera. “Ética para Amador” de Fernando Savater, era un texto que le hacía pensar mucho en su condición de padre. Pensaba con nostalgia en sus hijas y sobre todo recordaba a Justito. Cómo poder ahora darle esos consejos tan bonitos e inteligentes, aquellas reflexiones que el autor pone a disposición de su hijo Amador, tal y como él pudo haberlo puesto para su hijito -Quizá en otra vida- pensó Justo, mirando el horizonte gris sobre los aires del penal.
Días después, a través de un abogado del servicio de defensa pública, Justo recibió una nota donde Mirta, su cuñada, le informaba que, Laura y sus hijas, se iban con ella para el extranjero, pero no le decía dónde. Y aunque estar encerrado era para Justo una cosa muy difícil y triste, fue allí que comprendió que había valido la pena todo ese sacrificio. Bajo ese penúltimo renaco, Justo había sepultado un pasado terrible y que quería olvidar, al mismo tiempo, un costal lleno de dinero para asegurar el futuro de su familia.

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