miércoles, 2 de noviembre de 2016

ANTES QUE SEA TARDE


Debe haber sido allá por el 95, casi al finalizar mi periplo en la insufrible secundaria, cuando por primera vez tuve conocimiento de algunos términos asociados al asunto de la Ecología, vocablo para mí nuevo por aquellos desdichados días de mi adolescencia.
Por esa época se había inaugurado en Moyobamba la novísima y flamante Facultad de Ingeniería Ecológica, como extensión de la Universidad Nacional de San Martín, instalada en su mayoría en la hermana ciudad de Tarapoto. Había llegado entonces la hora de que Moyobamba -capital-, postergada por muchos años y tras incontables reclamos y pedidos al gobierno central, tuviera por fin su propia escuela universitaria pública. Honestamente, mi quebrado ánimo de ese tiempo me hizo pensar que la ingeniería era mucho para mí, y eso de ecología todavía no me sonaba a nada objetivo ni real, así que elegí otro camino.
Al margen de lo que en los últimos veinte años haya ocurrido en dicha facultad, y si su impacto ha sido positivo para nuestra sociedad, me hago inmensas preguntas celestes: ¿No fueron acaso esas doradas generaciones de ecologistas, las llamadas a liderar hoy en día los debates sobre la protección del medioambiente, los gases invernadero y el calentamiento global?, ¿Les habrán inculcado en realidad la importancia de los bosques primarios que rodean nuestro –cada vez más- deforestado valle?, ¿Cuáles son los riesgos que corremos si desaparecen estos bosques primarios y son reemplazados por otros cultivos cortoplacistas?, ¿Los habrán concientizado sobre la contaminación atmosférica con CO2 generado por el caótico parque automotor moyobambino lleno de vehículos envejecidos y que son muy contaminantes?, ¿Habrán investigado siquiera someramente sobre las razones por las cuales, el torrentoso rio Gera y sus legendarias carataras, las límpidas quebradas de Rumiyacu y Mishquiyacu y nuestro nostálgico canal de Indañe, han perdido cada vez más su caudal y su núcleo de vida, reduciéndose frente a nuestras narices, en hediondas acequias por donde hoy discurren aguas con caca y basura?, ¿Habrá alguna vez existido el maduro interés por abordar estos temas con seriedad y responsabilidad?, ¿Existirá pues en nuestra región debate científico sobre sobre el tema ahora que nos ponemos quejosos cuando nos sofoca un inédito e insoportable calor?, ¿!Quién rayos tiene la culpa de este desmadre!?. Así, de manera infinita, nos seguiríamos preguntando.
A muchos de mis amigos y conocidos “ecologistas” que egresaron al inicio del nuevo milenio, los he visto más como empleados públicos asalariados adscritos al algún partido político, a otros dedicados ambiciosamente al “negocio” de la gestión pública, otros más a la improvisada docencia solo por tener segura la chamba, y a muchos de ellos también, decepcionarse de una carrera de dudosa proyección y abandonarla. Pero nunca he visto a ninguno de ellos defendiendo privada o mediáticamente desde fueros políticos o científicos, la fragilidad de los ecosistemas ante la brutal actividad extractiva (y lucrativa) del hombre y el inminente peligro que se cierne sobre el aire, el agua y la tierra de este paraje bendito llamado Amazonía. Cada vez que intenté entablar una conversación sobre el tema con alguno de ellos, casi siempre se impuso el desgano, la desinformación y la indiferencia.
Andaba ya por las calles de Lima comulgando con algunos socios vinculados a la izquierda juvenil y sus ideales progresistas y renovadores, cuando me quedé admirado, observando el cartel de estreno de una película que daría que hablar. El cineasta alemán Roland Emmerich, el mismo de Soldado Universal y Día de la Independencia, estrenó en el 2004 el film “El día después de mañana”, con escenas apocalípticas y una narrativa que explicaba a través de sus locaciones y personajes, las calamidades de un hipotético calentamiento global y la rápida destrucción del mundo que conocemos. Cuando la vi quedé conmovido y de alguna forma, me hizo reflexionar, pues comprendía que en el futuro algo así podría suceder. Pero no fue hasta el estreno del polémico documental “La verdad incómoda”, producida y explicada nada menos que por Al Gore; excongresista, exvicepresidente, excandidato a la presidencia de su país y premio Noble de la Paz, que perdió contra el infame George W. Bush en un balotaje ensombrecido por acusaciones de fraude, que me convencí con firmeza sobre el tiempo que estábamos viviendo, que el cambio climático era real, que el efecto invernadero dañaría a la humanidad, que la capa de ozono cesaría de protegernos en cualquier momento, sentí en sueños cómo se calentaba la tierra, cómo se deshielaban los polos y sufrían los hombres de las nieves, otras cosas terribles, etc.
A poco tiempo de regresar a Moyobamba y ya con mi Patricia en cinta, favorecido por mi modesta habilidad con el inglés, fui urgentemente requerido para recoger a dos señores extranjeros que volaban Lima-Tarapoto y hacerla de guía y traductor durante los dos días que ellos permanecerían hospedados en el hotel Puerto Mirador. Fue así que mientras íbamos por la ciudad y sus alrededores a pie o en motocar según lo requerido, que pude entablar algunas charlas con aquellos prominentes doctores neoyorquinos, irónicamente, uno de ellos judío y el otro alemán.
Ambos tenían puesto en interés sobre algunos terrenos que pretendían adquirir, de manera que dimos vueltas la Moyobamba a finales del 2008, preguntando y conversando. Sobre la marcha fui escuchando sus agudas conversaciones, su visión conservadora de la sociedad, su aversión a la idiosincrasia de nuestra gente, sus críticas a nuestras sociedades atrasadas en comparación a las suyas; en suma, su burla permanente frente a una forma distinta de ver y comprender la vida. Los odié por un rato, yo deseaba que los soldados gringos se largaran de Irak. Así que, en una de nuestras charlas, no pude evitar traer a colación el tema del Calentamiento Global y de su más conspicuo compatriota: Al Gore. “It´s a new religión”, me dijo muy orondo uno de ellos, dándome a entender que, el señor Al Gore, no era más que un fanático predicador usando una ideología alocada, con la cual solo pretendía favorecer sus propias prerrogativas y captar más adeptos a nivel mundial. “He’s a liar” sentenció el otro sin pestañear, Obviamente, ambos eran republicanos, acérrimos partidarios del malévolo Bush y estaban de acuerdo con su política intervencionista e invasora, pues porque, según ellos, se defendía la santa democracia y el espíritu libertario del pueblo norteamericano. Hablaron tan elocuentemente hasta citando a quién sabe que autores y qué libros, que me hicieron dudar de lo que había creído firmemente hasta entonces. ¿Habré sido un tonto?, refunfuñé y luego dejando el tema, nos mudamos a otro.
Está claro que mi duda no duró mucho tiempo. Si bien titubeé en un inicio, mi conciencia y mi conocimiento ecológicos fueron incrementando con los años y recordaba esa particular conversación con una alta dosis de piconería.”gringos mentirosos”, pensé.
El último domingo de noviembre se realizó el estreno mundial del documental “Antes que sea tarde”, conducido por el actor ganador del Oscar, Leonardo Dicaprio, en el que, una vez más y de forma definitiva, se nos explica de forma clara y directa, qué es lo que está ocurriendo ahora en nuestro planeta por el cambio climático. Las conclusiones son terribles: islas borradas del mapa por el aumento de los océanos, deshielos colosales en los polos, la desaparición de varios ecosistemas alrededor del globo, la crisis ambiental en varios muchos países, la mayoría de ellos pobres. Todo eso ocasionado por la acción directa de hombre y su codicia. Al final de él se habla de esperanza. No se podrá revertir el daño hecho, pero si dejamos de quemar  combustibles fósiles y dejamos de contaminar indiscriminadamente la tierra, el aire y el agua con residuos de las sociedades industriales, etc, podemos detener en algo su avance.
Llama la atención algo que no es nuevo en estos debates: La información. Se sabe ahora que las grandes compañías transnacionales fabricantes de todo, promueven la desinformación sobre el cambio climático y utilizan sus tribunas preferenciales de una prensa comprada para decirle al mundo que todo es una farsa.
La historia nos cuenta que en 1965 cuando el científico norteamericano que descubrió en definitiva la edad de la tierra, Clair Patterson, descubrió además altas concentraciones de plomo en el ambiente, lo que no se condecía con los informes científicos por las petroleras americanas, la industria ejerció presión para silenciar a Patterson. Este continuó defendiendo su impopular postura ecologista frente a todo un ejército de connotados científicos e ingenieros que pagados por intereses poderosos, lo acusaban de loco y mentiroso frente al Congreso estadounidense. Finalmente en 1970, entró en vigor La Ley de Aire y eliminó todos los aditivos de plomo de los combustibles, pinturas, plásticos, tuberías, etc. Pero a Clair Patterson nadie lo recuerda como un referente de la ecología mundial.
Será entonces coherente que como sociedad pidamos aeropuertos, estadios, exposición internacional, turismo descollantes, cuando somos una sociedad enferma y corrupta, que se ocupa a duras penas de sus problemas más urgentes, con calles rotas, homicidas impunes, enormes problemas sociales, divisionismo racial, chauvinismo cojudo, etc.

¿Hasta cuándo la mentada gran megaobra de saneamiento de nuestra cuatricentenaria ciudad?, ¿Hasta cuándo nuestro celebrado río Mayo tendrá que ser la una cloaca que recibe toda la porquería de las ciudades y pueblos en sus orillas?, ¿Habrá algún proyecto cercano y sostenible para tratar nuestras aguas servidas y la basura?.
Tantas preguntas que responder que ya me genera cólera no saber qué contestar. ¿y ustedes, están haciendo su parte?.

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