jueves, 11 de agosto de 2016

LA VIDA QUE TE LLEVASTE


                                                                                                                                                                            A Manuel Vásquez Sánchez
Utensilios Propicios
“Un árbol inocente, alguna cuerda”
César Calvo
Los soles de esta noche nos persiguen
enfadados con nuestras visiones futuristas
y ahora que fumamos con desgano un cigarrillo
y nos pega en la cara el aire del muerto
que se fue llorando y bebiendo
el  brebaje turbio y desesperado
porque quiso, yo lo sé, pero no pudo en su cabeza
huir del duro follón de la acusación
y la indiferencia.
Nos ha dejado de pie en medio de la calle, sin poder llorar
como en una infinita sala de espera que lleva al purgatorio
a pocos instantes de presenciar en fila de privilegio
la dantesca danza de la muerte 
cuando nos arroje las cosas que nos importan y nos pesan
en el fondo, nuestra miseria
de pronto quiero volver a casa por el camino corto
sin semáforos rojos que me detengan
desafiando a los policías que se quejan
que es hábito nuestro andar a la carrera.
Y yo que creí que los sabios no sufrían
y yo que presumí que esta enfermedad no era mía
caigo en la cuenta de que hablar con las paredes
no es haber perdido en absoluto la razón
y que es mejor dormir con diazepam en las venas
pegado al filo de tu cama
sin cobijas sin almohadas y sin nada
que te protejan del hielo los pies y el corazón.
Esta noche hace frío y nos aprieta en la garganta
un llanto resentido y el estupor que
por poco también nos ahorca y nos mata
Ana y Esmeralda no han cesado de llorar
un dolor confuso, raro y desmedido
un pedazo de estos años se les ha ido
como se van para siempre los mudos testigos
que saben del crimen de la soledad.
Llegamos tarde para remendar el alma
de alguien que confesó que estaba roto
que trato de pelear -yo lo vi -sin fuerzas y sin armas
que imaginó que el derecho penal 
le mezclaba muy bien con su bebida
que pensó que una acusación fiscal era en esencia
más importante que su propia vida
y acabó con el cuerpo gris en una sala mortuoria
dejándonos a todos sin pasado sin memoria
sin nada que decir salvo mirarnos a los ojos
y maldecir al maldito que le sirvió un trago más
por dolor o por apuro o por algún hueso duro
que mordió en su imaginación desorbitada.
Es verdad que estuvimos en el sanatorio
con las pastillas intragables para no volvernos locos
y la desesperación de no saber si en el futuro
existiría un futuro para nosotros
y que de costumbre fuimos comedidos huéspedes
de la lluvia, los tugurios y las veredas escondidas
además de culpables de ese inconfesable delito
que se paga con la vida.
Sin palabras que decir, nadie habla
en este lugar con gritos hemos perdido la calma
y quizá lo único que haga falta
sea contemplar a nuestras madres en sus cocinas
preparar el pan y el café
mañana por la mañana
con esa inagotable paciencia de las mujeres santas
quienes por amor olvidaron todas las ofensas
ocultando sus lágrimas y sin preguntar
por qué la hemos abandonado
el tiempo pasa y ella continúa esperando.
Disculpen en este momento la turbiedad de mis ojos
que han extraviado la totalidad de su inocencia
no es que vaya en busca de un viaje con dolor y violencia
No
me voy por el mismo camino que han recorrido
los viejos pasos de la luna y las estrellas.


Moyobamba 04/01/2012

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