Desde aquella lejana noche de mi infancia en que embriagué con sobras de tragos y cervezas yo ya no soy el mismo ser humano que contempla su opaco reflejo de yo no fui en el espejo tampoco pretendo ser aquel insólito pendejo que nada hace y solamente se queja hasta mis descompasados pasos de baile son como el andar irredento del cangrejo mis atribulados pensamientos son al fin un caos psicotrópico con toda certeza. En el sanatorio me hice amigo íntimo de un venerable y adicto viejo tenía este arrugado ser una mirada arruinada como los ojos de un poeta putañero y pobre de pudor me contó sus felonías y delitos cual si yo resultase siendo su pródigo nieto no hicieron falta rezos ni poses de creyente contrito para caer en cuenta de que hablaba con un muerto al cual el corazón aún le latía opaco y sin sentido pero con la mirada vacía y el andar lento el fermento de lo prohibido hedía en su aliento éramos dos borrachos desgraciados sin dios ni madre ni sueños. A mis angustias e insomnios de silencio nunca nadie las tomó verdaderamente en serio mientras frente sus ojos mi interior se carcomía entre ausencias y sombras en un mundo de ciegos cigarrillo tras cigarrillo el humo negro iba dejando esta musical y terca tos que me hoy mata en cada nota mi resistencia bajo fuertes ansiolíticos quedó rota mis miserias sin perdón ni redención no se borran son una marca de fuego que da escozor por las noches aún si la cama compartida está cómoda y limpia aún si el dolor que siento con el amor se combina no puede ser este el alcohol clandestino que nos calma es caer sin alas en el letargo extenso de la angustia donde las treguas solo postergan las catástrofes y nada evita que mis disquisiciones se confundan. Desde aquella lejana noche de mi infancia en color sepia soy ese escombro culposo que se arroja sin respuesta o ese halo tenebroso que agrieta la luz en riesgo o ese ruido extraño a medianoche en las pesadillas de ojos abiertos o ese rencor ahogado de huérfano vengativo para salvarme debo sacrificarme más querer más odiar más antes que se parta la tierra y se trague al río. Hay momentos en los que le digo a mi hijo no tientes a la suerte ni al materialismo absoluto ni tampoco al espiritual crucifijo para unos funcionan las palabras y la paciencia terapéutica para otros solo viene la calma con altas dosis de ansiolíticos. Luego de otro trago y otro libro en detalle me fijo en mis deudas superficialmente evalúo mis vicios echo un vistazo hacia el horizonte y recuerdo a mi abuela hermosa y sonriente a luz de una vela el hambre repentina me levanta de madrugada a comer frutas me echo un chorro de alcanfor en la cabeza para espantar el miedo y la jaqueca. Vuelvo a emborracharme y a fumar en mi pipa cada que puedo sobrevivo desde que al parecer la muerte misma me percibe lejos sin pedirlo en plegarias me embriagué con los restos de una adulta noche de copas en un día inocente de mi infancia más solo que un solo solitario que ya no siento nada. Nadie debería beber licor ni jugar dados conmigo pues ando ebrio por las calles de la vida que padezco de resaca y reflujo biliar desde que era un inocente niño.
El dolor que sufren los locos
miércoles, 2 de noviembre de 2022
SOLAMENTE QUERÍA AYUDAR
Con un estrepitoso ventarrón cuya fuerza alcanzaba a doblegar los arbustos más recios que se observaban en el camino, el cielo y sus nubarrones de coloración grisácea, daban aviso de una inminente tormenta. Los vidrios sucios de las ventanas comenzaron a emitir una molesta vibración. Me había quedado solo, resignado y algo inquieto por habitar una casa vacía a esa hora de la noche. Yo siempre pertenecí a ese reducido grupo de gente que no tiene miedo de las cosas con halo de misterio. Mis afiebradas lecturas racionalistas me habían convertido en un descreído; cínico y escéptico en el sentido más filosófico de los términos; un ser empeñado en la irregular empresa de tener siempre que explicarlo todo. Pues, como es natural, por mucho misterio que ronde, todo en absoluto tiene una explicación.
Entonces sonó en el ambiente algo parecido a un timbre acompañado de unos frenéticos golpes en la puerta. Era claro que había alguien afuera intentado protegerse de la copiosa lluvia y la escasa iluminación en ese sector a esa hora, a casi una docena de kilómetros de la ciudad; literalmente, estaba en medio de la nada.
-Mil disculpas, señor- me dijo con una voz temblorosa, medio de frío y medio de miedo.
-¿Me podría prestar su teléfono, por favor?. ¡Me acaban de asaltar unos sujetos que traían puestos pasamontañas!… venían conduciendo una moto roja, no sé… a doscientos metros de aquí, al final de la curva… Ayúdeme, señor… ¡por favor!.-
Al contemplar atónito dicha escena, con su drama y su oscuridad, se despertó en mí una insólita vocación de buen samaritano.
-Claro…claro, señorita, pase a sentarse. Tranquila que ahorita mismo llamamos a la ayuda- le dije con voz tranquilizadora, o al menos, era lo que quería lograr: tranquilizarla.
Cerré la puerta. Instintivamente, también le puse el seguro a la manija. Afuera la corriente de aire era muy fuerte y la lluvia no paraba de insistir. Estaba todo muy negro y solo alcazaba a ver algunas tenues luces refractadas en los prismas del agua, casi como mirar con los ojos humedecidos. No sé por qué, pero tuve mis motivos, poco claros al principio, y no le hice algunas preguntas obvias, aquellas interrogantes que cualquiera haría en una situación de esa naturaleza. Solamente me concentré en actuar con la diligencia de un anfitrión, generoso, hospitalario y algo distraído, que no presta mucha atención a los detalles.
-A mi teléfono lo dejé adentro, cargando… ahora mismo lo busco. Pero siéntese, señorita… deje que primero le alcance una toalla para que pueda secarse un poco- Le dije, con tono y expresión corporal de confianza, retrocediendo un par de pasos, pero sin quitarle la vista de encima.
-Pero, por favor, présteme su teléfono, no demore.
Me retiré momentáneamente con dirección a la cocina, vía un reducido pasaje que también lleva a las habitaciones. Antes de ese incidente, no había caído nunca en cuenta que esa casa era regularmente amplia, pero sí que se sentía bastante solitaria. Así que, antes de buscar mi teléfono, el cual, honestamente, no sabía dónde buscarlo, pasé primero hacia el baño a recoger una toalla apropiada a fin ofrecérselo a la señorita que apareció en la puerta en medio de la lluvia, completamente mojada, nerviosa y recién asaltada.
-Tenga esta toalla, señorita, para que se abrigue un poco, yo mientras tanto busco mi celular. Ah, dejé agua a calentar en la cocina para que al menos se tome un té caliente, no demoro...un momento- Le dije, con voz de peregrino preocupado y regresé a la cocina mientras ella permanecía, secándose infructuosamente, en la salita de ingreso.
- Sí señor, por favor, es urgente que haga esa llamada, para que vengan por mí- Insistió ella.
Sin embargo, por más que intentaba convencerme que solamente se trataba de una mera coincidencia. Una de esas caprichosas circunstancias cotidianas atravesadas por azar, o por el destino, pródigo y cruel al mismo tiempo, no podía dar crédito completo a lo que la aparecida me había contado. No tenía mucho sentido que alguna persona muy común, a juzgar por su atuendo, deambulara por un sector tan agreste, tan alejado y sin muchos techos alrededor bajo los cuales guarecerse. Rápidamente pude haberle hecho las preguntas de rigor, más opté por seguirle la cuerda, al mismo tiempo que observaba los mínimos detalles.
-Sírvase un tecito caliente, señorita… en un minuto le traigo el teléfono, en este desorden no sé dónde lo he tirado…disculpe, voy a buscarlo- Le dije mientras tomaba otra vez el pórtico hacia la cocina.
-Pero señor, necesito llamar por teléfono… oiga- Y la dejé con la palabra en los labios.
En los segundos que sobrevinieron, porque a partir de ese instante, cada segundo comenzó a ser vital, al punto que, en mi cabeza, el tiempo comenzó a sonar como un reloj de pared antiguo, como un pulso agitado y fuera de compás, Esa dudosa y hasta el momento experimental capacidad mía de desconfiar, alimentada durante años por la literatura pesimista de Schopenhauer y el nihilismo nietzscheano, me condujo a tomar una decisión que marcaría mi vida para siempre: lentamente abrí uno de los cajones de la cocina, cogí un cuchillo y lo escondí en la parte trasera del cinturón. La lluvia comenzó a caer más fuerte, con una estridencia de granizada.
Iba regresando dónde ella se había quedando esperando por su llamada. No recuerdo cuanto tiempo había pasado desde sonó el timbre, le abrí la puerta y la dejé entrar. Recordé que no hacía mucho había leído un post en mis redes sociales; una que relataba aquella siempre plausible o otras veces improbable historia: la de una mujer haciéndose pasar por perdida en la carretera para asaltar casas junto a otros delincuentes que esperaban el momento para aparecer y dar el golpe.
Y ¡pum! fue un golpe estrepitoso que sentí a la altura de la nuca apenas ingresé al ambiente en que ella esperaba. Caí al suelo semiinconsciente y por algún motivo no me desmayé por completo, así que traté de percibir si había otras personas alrededor. Pero no, parecía estar sola. Se apoderó de mí una ansiedad y confusión muy grandes, por mi soledad de esa noche; por aquel pesimismo enfermizo; por el post que leí en internet. Desde el suelo, tirado bocabajo, pude escucharla agitada y sollozante. ¿Pensaría ella, al ver mi sangre en el piso, que yo ya estaba muerto?, ¿acaso me remataría con otro golpe en la cabeza?. No lo hizo. De reojo la vi caminar hacia la puerta para intentar salir. ¿Estaba entonces yo librándome de ella?, ¿o es que esta delincuente intentaba huir?. Todas esas interrogantes y dudas se peleaban en mi cabeza. De modo que, al verla de espaldas padecer para liberar el seguro de la puerta, me levanté silenciosamente, alcé el cuchillo que guardé por instinto de supervivencia y la ataqué por la espalda, como un cobarde aterrorizado, uno que se quiere defender como cualquiera lo haría, pero finalmente, un cobarde.
Ella, a quien ni siquiera le pregunté el nombre, yacía en el suelo trémula y ensangrentada. Mi mente estaba nublada y miles de ideas y acciones extrañas, que uno nunca se creería capaz de ejecutarlas, me cruzaron por la cabeza. Limpiar todo el desorden y escapar lejos; enterrar el cuerpo en algún hoyo alejado; arrastrarla hasta el río para tirarla al torrente; descuartizarla, Dios mío, cada idea más insana que la otra. También pensé en el suicidio con una salida, pero allí mismo me asaltó del desánimo. Hice un esfuerzo y giré su cuerpo agonizante para mirar su rostro y fue entonces que, al contemplarla, vi que se trataba de una señorita muy joven, casi una adolescente. Acababa de convencerme que no se trataba de una ladrona, era en realidad una muchacha a la que efectivamente habían asaltado, y a quien, por mis dudas, no le había hecho ninguna pregunta obvia, quien sabe me hubiera convencido y acabado con mi paranoia y mis mecanismos de defensa.
Sentado en el suelo, con sangre en el cuerpo, en las manos, en la cara y mareado por el golpe que recibí la cabeza, por varios minutos me quedé congelando en mis pensamientos. Poco a poco, aquel miedo que me abrumó anteriormente ya se había disipado. Recordé el lugar donde podía estar mi teléfono así que fui a buscarlo. Lo encontré. Me senté en una de las camas de esa habitación oscura y marqué un número telefónico con que se había de definir para siempre mi destino de la forma más triste.
-Aló, Aló, Robe Aló, contesta… Robe contesta ¿Qué pasó? ¿estás bien? Todavía en shock y con mi voz temblorosa alcancé a contestar: -Solamente quería ayudar… solamente quería ayudar.
FIN.
Frank Donayre.
(Cuento ganador del 2do Lugar, Concurso del FENTRAMIP - PERÚ 2022)
sábado, 31 de marzo de 2018
SONETO PARA MI PUEBLO
martes, 14 de noviembre de 2017
SACRIFICIO FINAL
- Necesito mostrarte algo muy importante. Ahora que ya estás libre, tienes que hacer algo. - Le dijo Laura con voz de calmada angustia, mientras abría el folder y le mostraba algunas citas médicas, recortes de revistas de salud, constancias de atención del SIS, resultados de análisis clínicos, recetas médicas y un sinnúmero de boletas de venta por compras de medicinas.
-¿Estás en enferma Laura?, dime.- interrogó Justo con expresión nerviosa.
-No, a mí no me importaría estar enferma, honestamente- a respondió Laura. – El que está enfermo es Justito – y al decir eso comenzó a llorar.
-Pero qué tiene Justito, ¿es grave? dime! –
-En el Minsa me han dicho ya hace un año que Justito… que Justito tiene esa enfermedad grave de la sangre, como un cáncer, Leucemia dice el doctor. Hay cosas que podemos hacer, tratamientos que he estado averiguando, pero todo es caro y no tenemos plata – Explicó Laura con dificultad a causa de su llanto.
Justo se quedó allí sentado descorazonado mirando esos papeles. Incluso allí no se atrevió a llorar, pero vaya que su tristeza era grande, tan grande que le dolía el corazón.
-¡Por qué no me lo dijiste antes!-
- No quería preocuparte. Además, es difícil encargarte de cosas cuando estas preso-.
Justo no dijo nada, sentía que no podía decir nada y se quedó en silencio por unos minutos. Guardó los papeles en el folder y se lo devolvió a Laura. – Voy a salir un rato, no voy a demorar – Dijo poniéndose de pie y acercándose a la puerta.
-A dónde vas a ir, Justo – le preguntó ella con tono aprehensivo.
-A ninguna parte en especial. – respondió Justo, abrió la puerta y salió a la calle.
Permanecía pensativo bebiendo su gaseosa, cuando en eso entró en el bar un hombre canoso conocido en el barrio como Perico Vargas, un personaje con la reputación se ser peligroso pues tenía antecedentes por varios crímenes. Justo lo conocía muy bien y tenía malos recuerdos de él. No lo veía desde la noche que lo capturaron, horas después de haber participado en el atraco a un grifo; del que, por supuesto, Perico y otros más salieron libres y al único que pescaron fue precisamente al tonto de Justo.
- ¡Mi estimado Justo!, así que ya estás de vuelta; mucho gusto me da verte-. Se acercó hacia Justo y le estrecho la mano amagando un tibio abrazo.
-Así es Perico, estoy de vuelta en casa y estoy buscando trabajo-.
-Bien, tengo un negocio que te puede interesar, vamos más al fondo para poder conversar, además te debo una, jamás nos delataste – habló perico bajando la voz.
-No es necesario, no quiero hacer nada malo. Si quieres ayudarme, necesito un trabajo formal, mi familia está en problemas.
-Te entiendo hermano, la familia es lo más importante, pero por aquí no hay mucho trabajo formal que digamos, así que, tú decides.
-No pasa nada Perico, gracias, pero no, mañana mismo iré a buscar trabajo en alguna otra parte.
-Como quieras Justo, pero si cambias de opinión, ya sabes dónde encontrarme. Nomás le dices al del bar que me timbre al celular.
Perico Vargas abandonó la cantina y Justo quedó pensativo, y lo único que le importaba en ese momento era su familia, su esposa afligida y angustiada y sus pobres niños. Sufría mucho pensando que podría perderlos otra vez.
-Avísale a tu mamá y a tus hermanitas, hoy vamos a comer pollito con papas-.
Después de la cena, los niños se fueron a la cama y en minutos se quedaron dormidos. A Laura, muy cansada, se le cerraron los ojos sentada en el viejo sillón.
Justo se dirigió en silencio a la pequeña habitación en que dormían los niños, división hecha con triplay y cartones. Observó las paredes deterioradas, varias rendijas en el techo por las que se colaba el frío, notó que no había ventilación adecuada, la cama en la que dormían las niñas era muy pequeña. En un año las niñas estarían más grandes y la cama les quedaría incómoda. Cómo iban a estudiar así, se preguntaba Justo, maldiciendo. Pero no pudo contener por fin unas cuantas lágrimas al acercarse a donde dormía Justito, con un leve silbido en su respiración y su cabecita sin cabello, ese niño a quien poco conocía, pero finalmente alguien a quien necesitaba demasiado.
-Mañana debo llevarlo al hospital para un chequeo, pronto debemos llevarlo a Lima para que le hagan de nuevo la quimioterapia. Esta noche me desvelaré cosiendo unos uniformes para que mañana me paguen. Será mejor que descanses para que mañana salgas a buscar trabajo- Fueron las palabras susurrantes y definitivas de Laura que despertándose se acercó a la pieza.
Justo no dijo nada y recostando medio cuerpo sobre una pequeña área libre de la cama de Justito, se quedó allí, junto con él; pues estar con ellos era todo lo que Justo quería.
-Aló, Perico…esté, te llamo para decirte que acepto tu ayuda, pero tiene que resultar, es la última chance que tengo para ayudar a mi familia-.
-Excelente Justo, ya sabes donde tienes que ir. Anda de noche y no dejes que nadie te siga-. Y cortó la llamada.
-Mujer, ¿dónde están los niños?
-Las niñas en la casa de mi mamá, en un rato las voy recoger… y Justito, tú sabes, se debe quedar en el hospital para prepararlo para el viaje-. Le contestó Laura, advirtiendo una expresión de nerviosismo extremo en el rostro su marido.
-¿Qué te pasa Justo?,¿estás bien?, ¿por qué estas tan pálido?
Justo se acercó a la ventana, observó la calle a través de ella y fue allí que comenzó a llorar.
-Me dijiste que hiciera algo y todo es tan difícil allá afuera. Me he pasado toda la semana buscando un trabajo honrado, caminando, rogando, humillándome frente a mucha gente… y todo para qué, para ser rechazado incluso por las mismas personas que una vez fueron amigos míos. Ya estoy muy viejo, hay cosas que ya no puedo hacer. No es suficiente solo estar aquí, como un estorbo, solo como compañía moral… bah!.. Perdóname Laurita, nunca te pedí perdón por golpearte, lo siento, por ti y por nuestros hijos, nunca más te volveré a lastimar, nunca.
-¿De qué hablas Justo?, ¡qué has hecho por el amor de Dios! … en la calle la gente está hablando que han asaltado un camión de caudales y se han llevado millones, varios, no se cuántos. No me digas que… ¡No!, no es posible…te dije que hicieras algo como buscar un empleo normal, no algo como esto, ¿Por qué Justo, por qué? -. Le reclamaba Laura a su marido con la voz entrecortada.
-No llores mujer, no llores… cuando llegue la policía, si es que llega, me entregaré pacíficamente, tú no les dirás nada… si me llevan tú y los niños seguirán como hasta ahora… vas a estar mejor, todo cambiará para ustedes de ahora en adelante, pero deberás tener paciencia, mucha paciencia… ya estoy viejo, es lo único que puedo hacer por ustedes.
Laura seguía llorando sin poder creer lo que estaba escuchando.
- Escucha con claridad lo que te voy a decir Laura, esperas unos días y vas donde el dependiente de la cantina de siempre, él tiene algo para ti, ya está arreglado. Y otra cosa aún más importante que no debes olvidar: sector Santa Anita, media hora exacta de camino por el sendero principal hasta una inmensa roca triangular… una vez allí giras sobre tus pasos hacia la izquierda y, aunque no hay sendero visible, hay una hilera de renacos jóvenes que van de subida hasta al cerro. Solo cuando llegues al penúltimo de ellos, justo en su falda, está enterrado un destino para ustedes que será mucho mejor… ya no llores y escúchame… solo cuando todo regrese a la normalidad y nadie pregunte demás… ya dependerá de ti… ya no llores más mujer, ya no llores.
TODAVÍA LA LLUVIA

y se mojan de repente las ropas chacareras/el mediodía azul/
unas vacaciones de la infancia en febrero bisiesto.
Caliente el bendito fogón, mi abuela corre tras pañales y enaguas,
antes que lo arrase todo el fuerte viento.
Caen las hojas del árbol de palta y los pétalos de los geranios muertos,
cae la sombra solitaria de un destino invisible.
Con pedazos de sueños sobrevive un niño /temerosa esperanza/
sentirse querido sin demasiadas canciones de cuna.
De paseo sobre un burrito/por la punta/ camino de Motilones,
un sendero verde desemboca en un ágape de leños y
flores que resisten el ataque de los pájaros.
Con mi sable sin filo cazo el placer de la zarzamora y
derroto a la pegajosa impertinencia del caimito /juego de espadas/
a un par de millas del rio Mayo, mirando al cielo.
Una historia mítica de niños que pierden a su mamita,
me sacude el corazón de solo siete agostos/ sufren las velas/
tibio calor en el regazo de mi abuela, dulce fruta nocturna,
límpido vaho alcanforado, brillo de la luna llena,
me canta canciones y marchas escolares /mi maestra escritora/
antes de dormir sobre sus tristes remiendos.
Y llueve ahora apaciblemente sobre el tejado, aroma a tierra,
caen otras hojas agitando la memoria,
el viento sacude el polvo duro de los recuerdos,
de aquel día en que un niño de la montaña,
trajo un pequeño tercio de leña, un par de pescados,
para compartir con su numerosa familia,
una merienda inolvidable, antes de ir todos a la sala,
encender la vieja y monocromática tele,
y ver todos juntos la insufrible novela.
jueves, 29 de junio de 2017
EL CÍRCULO DE LA BESTIA
Esa mañana calurosa de cualquier estación, con la ropa húmeda y pegada a mi cuerpo por causa del abundante sudor en aquella Pucallpa de casi 40 grados, llegué tarde al control de pasajeros del aeropuerto Abensur Rengifo para abordar mi vuelo de regreso a Tarapoto. Con la prisa y mis nervios quebrados, había olvidado mi boleto impreso en algún lugar del hotel. Le pedí disculpas a la counter y me expidió un nuevo boleto. Un escalofrío de temor me recorrió el cuerpo solo de pensar que no iba a poder salir de ese lugar por alguna razón. De pronto esa joven, la counter, me escrutó con cierto asombro y me dijo, “Qué pálido está usted, señor, le ofrezco un vaso con agua, si desea”. En otro lugar y en otra circunstancia, y sobre todo frente una joven y guapa señorita que se refería a mi decaído aspecto, me habría sonrojado tan crudamente como después de una insolación. Pero en ese momento, no me quedaba otro tono más que el de la palidez insana, casi como si un aura trasparente se hubiera apoderado de mí hasta el punto de notarse una hondura en mi pecho lleno de una oscuridad inabarcable. Intentando disimular mi incomodidad, me sobé la cara y utilizando mis dedos como peine me acomodé el cabello hacia atrás, tomé aire y le contesté sin dejar de mirarla a los ojos, “Agradezco tu preocupación chinita, anoche no pude conciliar el sueño, demasiado calor por aquí, a lo mejor solo necesito dormir un poco”. Cuando la dejé y volví los ojos hacia cualquier parte, un vértigo fatal se apoderó de mi cuerpo hasta hacerme trastabillar. Sentí un reflujo amargo de tabaco invadiéndome la boca y tuve ganas de vomitar pero me contuve. Disminuido por una sensación de fiebre interior, alcancé a sentarme en una de las bancas. Debían ser casi las 11 am y mis ojos veían ya el avance funeral de la noche. Por un momento pensé que jamás saldría de ese lugar sofocante, sentía que iba a morir. Alzando la vista, a través de los grandes ventanales, pude ver asustado cómo el cielo se oscurecía junto a un viento huracanado que doblaba los árboles más inmensos. Temía que se suspendiera el vuelo y olvidando por un momento mi terco agnosticismo, dudoso, ensayé veloz una plegaria cristiana rogando salir de allí lo más pronto posible. Un inquietante cántico de brujo malero comenzó a sonar en mi cabeza, casi como la tonada tribal que el maestro chamán cantó en la toma de ayahuasca de la noche anterior, pero más fuerte y penetrante. Entonces creí ver entre la gente una silueta oscura que se movía llenando de sombras los rincones a su paso. Nadie parecía percatarse del hecho, solamente yo. Era la sombra poderosa y horrenda de una bestia asesina que me había seguido hasta ahí. Había llegado para matarme.
jueves, 15 de junio de 2017
REGRESAR AL COLEGIO
Frank Erik Donayre Sánchez (37)
Ex alumno – Clase 91-95.
miércoles, 2 de noviembre de 2016
ANTES QUE SEA TARDE

Está claro que mi duda no duró mucho tiempo. Si bien titubeé en un inicio, mi conciencia y mi conocimiento ecológicos fueron incrementando con los años y recordaba esa particular conversación con una alta dosis de piconería.”gringos mentirosos”, pensé.
¿Hasta cuándo la mentada gran megaobra de saneamiento de nuestra cuatricentenaria ciudad?, ¿Hasta cuándo nuestro celebrado río Mayo tendrá que ser la una cloaca que recibe toda la porquería de las ciudades y pueblos en sus orillas?, ¿Habrá algún proyecto cercano y sostenible para tratar nuestras aguas servidas y la basura?.
domingo, 23 de octubre de 2016
BREVE HISTORIA DE LA HORMIGA Y SU PUEBLO


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Este fin de semana fui testigo de un hecho inédito en esta maravillosa villa del Señor. A pocos kilómetros nomás, en el siempre enigmático distrito moyobambino de Yantaló, en un despertar renovado de identidad amazónica, de celebración por lo nuestro, de la alegría de vivir en un reducto selvático lleno de gente emprendora, agradecida y maravillosa, se llevó a cabo con rotundo éxito, el II Festival de la Hormiga, Yantaló 2016. No sé cómo explicarlo, la gente alegre que sonreía dejando notar las patitas de los hormigas entre sus dientes, sin pena. Bebiendo rico y natural, disfrutando de la comida hecha por manos sabias y creativas, que incluían sabores de hormiga en sus salsas y tentempiés. Gente de todos lados, amigos entrañables, en un lugar mágico tan antiguo como nuevo, que nos recibe con un sol radiante, y luego la lluvia lo lava todo.
Estamos con ansias esperando ya el próximo año. Por lo pronto, para III Festival de la Hormiga 2017, ya se sabe que al llegar a la privilegiada villa yantalina, una maravillosa escultura de una hormiga gigantesca nos dará la bienvenida en su idílico y desnivelado portal.
jueves, 20 de octubre de 2016
ORFANDAD

Hoy como todos los días de mi vida he despertado huérfano.
Porque no hay imágenes ni recuerdos tuyos
en mis turbios ojos de niño.
Dejó de doler tanto cuando comencé a ser sincero,
y me puse a escribir versos taciturnos
sin consuelo y sin cariño.
Sin poder, ahora cargo a mi hijo en brazos y lo levanto,
le propongo hacer un aeroplano para ir de viaje juntos.
Me corto los dedos haciéndolo
Para no decepcionarlo.
Me falta tino para freírle un huevo a su gusto.
Nadie me enseño salar las sopas,
a cómo cortar adecuadamente el queso.
De buena gana me habrías enseñado algunos trucos,
como comer pescado evitando las espinas y huesos.
Sin ti por los alrededores
de muchas otras madres aprendí,
a no ser un hijo necio, a ser solo sobrino,
a comer de la mitad de un huevo duro,
a dormir entre varios,
a leerme los cuentos yo solo,
a escribir.
Todos los que recibieron una carta de mi abuela saben que ella escribía.
Dios sabe qué hubiera aprendido contigo.
Hoy como todos los días de mi vida he despertado huérfano.
y solo me consuela el recuerdo hermoso de mi abuela,
llorando sin cesar,
cuando se enteró que yo quería ir al ejército.
Los paseos por la calle derecha, por recodo, siguiendo la procesión,
siempre de su mano.
Comiendo aguajes, desgranando shimbillos.
Me arrulla el sonido imaginario con cadencia de vals
que silbaba para sí, como para recordar a sus hijos.
¡Has de ir por la vereda, hijito!,
me decía a diario cuando salía para la escuela.
Me dio tanto de ella misma,
cuando lavaba llorando
las mugres de mi vida
mis ganas de no hacer nada
cuando cuidaba mi sueño profundo
y me esperaba.
Jamás me alcanzaron el corazón y las manos
para recibir tanto amor
Pero ella ya murió.
Ahora quedamos en mi mundo, mi mujer, yo y nuestro hijo.
Abrazo a mi suegra entonces, porque es buena,
y porque como siempre, no estás tú.
Y ya no la abrazo más porque me duele.
Hoy como todos los días de mi vida
me siento huérfano.
KURT
estas no son las sucias
y nihilistas calles de Aberdeen
pero surgen de la nada tus
emociones lúcidas y tímidas
como un ruidoso concierto
de lluvia y aserrín
tu canción me excita y me remuerde
un deseo de ser zurdo se cierne
sobre mí
sobre el humo que mezclo con
mi sangre
humo de tu voz que penetra mi oído
y termina por reventar
mi conciencia
leo tu historia susurrando
tus pasos
y en sueños camino por
los fríos campos
que recorrías insomne antes
de subir al tablado
a llorar baladas tercas y
oscuras
la gente solo contempla
cómo vives
aplauden mientras te desangras
en versos musicales
y ya no hay razón
para seguir
Pongo play y en seguida suena:
“My girl, my girl,
Don´t lie to me
Tell me where did you sleep
last night?”
Y bang!
...terminaste por volarte la cabeza.
ALCANFORES PAGANOS
Desde aquella lejana noche de mi infancia en que embriagué con sobras de tragos y cervezas yo ya no soy el mismo ser humano que contempla s...
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Desde aquella lejana noche de mi infancia en que embriagué con sobras de tragos y cervezas yo ya no soy el mismo ser humano que contempla s...
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Por cosas de la vida que a veces uno no entiende, no me tocó estudiar en el Colegio Serafín Filomeno, aunque debo confesar que en un in...